¡Y van diez!

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Felicidades, Atléticos, por este equipo genial y la mejor afición que conozco. Estoy contento con mi Madrid pero triste por el trocito de colchonero que llevo en mi corazón. En cualquier caso, gracias a los culés por su enfermiza animadversión, que han conseguido que esta Champions me haya sabido "diez" veces más sabrosa. Je,je. Ahora vais y lo "cascais". ¡Hasta luego Lucas!

¿Será posible?

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Como para jugarse una cena al billar con este tío. ¡Qué barbaridad!

De mi pueblo, al cielo.

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"De Madrid, mi pueblo, al cielo", dice la sabiduría popular. En este caso y futbolísticamente hablando, nunca mejor dicho. Los dos primeros equipos del foro en la final de las finales ¡que pasada! Dos estilos diferentes de ver este deporte/espectáculo, dos trayectorias desiguales en los resultados pero similares en la pasión de una rivalidad que antaño representaba una sana competencia por superar a su adversario, no a su enemigo. Esperemos que vuelvan aquellos tiempos en que el concepto "derby" aludía a una cita deportiva y cultural con la necesaria sal pero sin el vinagre amargo y casposo con el que los culés contaminan la competición, con fobias y nacionalismos que nada tienen que ver con la cosa. Esto es un juego, señores. No va más. Que gane el mejor. Madrid gana, en cualquier caso. ¡Hala Madrid!

Politicos, ¡puag!

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Me aburren soberanamente los políticos. Aunque, en otro tiempo, recibí su llegada al Congreso como un regalo a nuestra historia reciente, siempre tuve presente que aquellos que hacen de su objetivo profesional, la obtención de poder a cualquier precio, son tan fiables como los banqueros, esos que ponen un solo bolígrafo en cada sucursal y lo sujetan con una cadena. Incluso diré que el culebrón del ingenuo Tejero, aparte de un despropósito  monumental, fue un revulsivo que puso las cosas en su sitio, de una vez por todas, sacando a relucir la vergüenza torera de muchos y el valor de unos pocos (y en este punto, debo recordar con respeto al recientemente fallecido Adolfo Suárez), pero, con el paso de los años, la miseria y el descrédito en esa lucha descarada en la que los de a pié participamos como medio, no como fin (aunque me lo juren en la campaña), como excusa, no como beneficiarios de nada, han llegado a hartarme. Me aburren y empiezan a caerme mal. Si, lo lamento, no los veo junto a mí, los veo enfrente, riéndose de mí y del resto de mis paisanos que votan para que vivan como reyes con sus sueldos obscenos, sus dietas, sus pensiones vitalicias impensables para cualquier profesional de la medicina, la investigación o la ingeniería por poner algunos ejemplos meritorios, lejos de las rémoras político - bancarias. Me aburren, y por mi cabeza comienzan a rondar adjetivos que no me atrevo a plasmar en estas humildes líneas. Me aburren un huevo y lo malo del asunto es que no veo el menor destello de dignidad en esta sarta de niños grandes, mal criados (por nosotros) y consentidos (también por nosotros, sorprendentemente). Me aburren tanto que no sigo escribiendo este "post" por puro aburrimiento. ¡Jo!

Angelique, mon amour.

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Siempre me gustaron las comedias francesas, ... me refiero a las buenas, como es el caso de esta película deliciosa, cargadas de ternura, humor elegante y personajes entrañables e inofensivos ("La cena de los idiotas", "Bienvenidos al Norte"). Pero aquí me encuentro con el agravante de la protagonista y su personaje, Angelique. No sé si me enamora la una o la otra. Alguien dijo que si te casabas con una mujer pelirroja, tu vida jamás sería aburrida, afirmación condicionada, tal vez, al ver aquella secuencia de "El hombre tranquilo" en la que John Wayne, sujetando la mano de Maureen O´Hara, la atraía hacia sí para besarla apasionadamente. En Isabelle Carré (Angelique), además, se produce esa sensación de estar ante la muchacha con la que compartirías el resto de tu vida sin pensarlo dos veces.
Posiblemente, en esta pequeña joya cinematográfica, el personaje no tenga mucho que ver con la actriz, pero, inevitablemente, la una se contagia de la otra y no queda más remedio que, disfrutando de ambas, declararse rendido admirador de ella. Mejor dicho: de las dos. Eso.

El vaso medio lleno

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Sin dejar de atender al monitor donde, probablemente, acababa de abrir mi ficha de paciente, la doctora contestó a mi saludo con un rutinario: “¿Cómo estás?”.

He de aclarar que llevaba más de dos horas en la sala de espera, que eran las dos menos veinte del mediodía, sin comer y que estaba dando cabezadas a punto de quedarme dormido, segundos antes de oír mi nombre en la puerta de la consulta.

“Razonablemente bien” contesté tras unos instantes de duda, mientras tomaba asiento frente a su mesa.

“¿Razonablemente?” preguntó ella, mirándome con interés.

“Bueno. No me ha abandonado el catarro desde el año pasado, mi nariz vuelve a estar taponada por los dichosos pólipos – odio a los pólipos -  y si a esto le añadimos el retraso de la pensión y que hace más de tres años que no  me despierto con una señora de buen ver, a mi lado, se podría pensar que estoy como la caca, pero dada mi natural tendencia a ver el medio vaso lleno y teniendo en cuenta que estoy vivo, podemos establecer como razonable, en términos relativos, mi bienestar en el día de hoy”.

Tras unos segundos observándome por encima de sus gafas, esbozó lentamente una sonrisa y supe que había comprendido que nunca me daré por vencido. Nunca.

Fraguels ¿empastillados?

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Tremendo testimonio subliminal de los Fraguel Rock. Creo que la traducción al castellano no le hizo ningún favor a la población infantil de la época y, ¡claro! ... de aquellos fangos vinieron estos lodos.
Escuchen, escuchen.